En Trujillo hay núcleos de población que muchos ignoran. Porque lo mayor atrae a sí a lo menor, se habla y escribe de lo trujillano sin mención de sus aledaños que son parte de su integridad urbana. Estos aledaños son sus cuatro arrabales. Dos tienen un denominador común «Las Huertas» y la específica diferencia de Animas y de la Magdalena. A los otros dos el Nomenclátor geográfico llama Belén y Pago de San Clemente. Este Pago dista once kilómetros de la urbe y le siguen en distancia, respectivamente, de cuatro, dos y tres kilómetros, las pintorescas aldeas belemitas y de huertanos de Animas y de la Magdalena. Estos pueblos ayer eran colgadizos o aguijones de la villa truxillense y hoy, son sus típicos arrabales. Su origen, su topografía y su vida campesina desdeñan el patronímico de suburbios.

Por todos los aires va el nombre de la vieja Turgalium, pero de sus arrabales nadie habla ni escribe. Si acaso una mención incompleta y al desgaire en diccionarios geográficos como el de Madoz Rodrigo Méndez Silva, en su Población General de España (1645) ni de cerca ni de lejos nombra a estos arrabales, y muy de paso A. Ponz, en su viaje de España (1722) menciona a Huertas de Animas y alude sin nombrado al Pago de San Clemente, y para Miñano (1828) no merecen una línea. Y son estos lugares secular proyección del Trujillo señorial e histórico. El cultivo de las vegas de Papalbas, Valfermoso y Mimbreras, entre la fraga berroqueña, y el laboreo de viñedos y olivares en las achatadas serranías próximas, asentaron por centenares a labriegos, en estas fértiles tierras, como viejos papeles relatan.

Veredas por sotos y oteros fueron callejuelas y hoy son calles asimétricas y enjutas, con hortezuelos y rinconadas tras el perfil sinuoso de gráciles casitas. Crecieron las alquerías y subieron hasta el rango de populosas barriadas. La colmena hacendosa de arrabaleros se extendió por hondas cañadas y por verdes praderas acotadas por musgosos canchales de duro granito. Hasta un centenar, muy colmado, de huertanos, pleitean en el siglo XVI con la ciudad la exención de alcabalas, a tenor del privilegio de Mercado Franco en los jueves de cada semana que Carlos V concedió a los trujillanos en 1524, confirmando mercedes de sus antecesores.

“Huetras de Animas es el mayor de los hijos arrabaleros de la Ciudad de Trujillo. Curtido a todos los temperos se ha estirado como buen mozo, gallardo y robusto, por el Valle de Valfermoso, que hoy llaman Regajo, en sus afanes agrícolas y ganaderos. Son 5.001 los huertanos de Animas. según el padrón que feneció en 1960, y cuyo rácismo de acusadas aristas campesinas, no pulió la frecuente convivencia de la ciudad y cuyas líneas de gente de la gleba, recias y densas, definen una personalidad étnica, áspera y agreste. Centenio arriba, su raíz se entraña en los tiempos del cuatrocientos. Hortense es su origen, en los hortecillos de Valfermoso van apareciendo las alquerías. En cada haza vive un hormiguero humano, apegado a su bien amada tierra de labrantío. Crecen y se multiplican los huertanos de Animas, trabajando y rezando. Rezan el santo Rosario, en las noches de llama atosigadora, cara a las estrellas, y en las frías invernales, de cellisca y ventiscas, al calor de los tueros que, sacando sus entrañas lenguas de fuego, lamen nerviosas las llares del hogar. Es que más arriba, en los prados de Santa Catalina, frailes dominicos levantaron un Convento el año 1466. Van estos huertanos al Convento de los frailes blancos, y van los frailes dominicos a las Huertas de Valfermoso y enseñan a los campesinos a rezar el santo rosario, por ellos, por todos y con gratitud de venerado recuerdo por los muertos. El amor de estos arrabaleros a la Virgen del Rosario y su interés por las almas del Purgatorio, fueron ayer y son hoy, alto exponente de la fe católica de estos hombres, en el quehacer de cada día y en el paréntesis de fechas señaladas, por una tradición secular que es ancho cauce de mercedes y dones celestiales y que nunca los cegaron los avatares de la vida.

Sin arrequives ni galas arquitectónicas, los huertanos de Valfermoso, levantaron una ermita que era un exvoto a la Virgen del Rosario por las almas de los difuntos. Prevaleció la piedad del sufragio y dio al arrabal el nombre de Huertas de Animas. La rústica ermita de arcos túmidos, toscos y recios, sostienen todavía hoy el bovedaje de mampostería enjalbegada sobre muros anchos y menguados de talla. Veintitrés años después del 1466, los Dominicos se trasladaron al Convento de la Encarnación, lejos de Huertas de Animas y muy cercano a Trujillo. Se levantó esta fábrica en un alcácer que la ciudad donó a los ejemplares Religiosos y aunque transformado, es hoy Colegio de Santiago y Santa Margarita, bajo la sabia y piadosa dirección de Hermanos de las Escuelas Cristianas. Pululaban las generaciones huertanas de Animas como renuevos centuplicados por la bendición de Dios. El santo Rosario y las ánimas benditas, incrementaron un pueblo que se extendió por la Lancha Nueva, por el Altozano y por el Manzanilla y por el Resbaladero. Y con estos barrios tuvo su barrio Santo con hospital para transeúntes, bajo el patrocinio de San Cristóbal, y tuvo su barrio del Obispo donde estaba la Cilla, que era silo y bodega, donde el Obispo y Cabildo de Plasencia, depositaban los diezmos y primicias recolectados en tierras truxillenses y que es hoy la Casa Rectoral con su primitiva tracería, sus caballerizas y su manso. Las casas, de ellas muchas con guardapolvos y tejaroz en sus puertas, altas y bajas, grandes y pequeñas, corrieron al hilo por largas calles o se arracimaron en rellanos. Para los hortelanos de Valfermoso, continuó la ermita rústica y evocadora siendo casa querida de su Virgen del Rosario y monumento perenne de sus afanes cristianos, a favor de sus muertos, pero para los servicios, especialmente sacramentales, ac udieron en el siglo XVI a la Parroquia de Santo Domingo, que a corto camino del barrio de Animas y al amparo del almenado Castillo, hacía gala de sus primores góticos, sencillos y elegantes. Parroquianos de Santo Domingo, fueron los arrabaleros de Animas hasta que en 1803, se erigió en Parroquia y de templo parroquial sigue aquesta su vieja ermita, ánfora sagrada de añejas tradiciones y secular relicario de las esencias cristianas de este pueblecito. Un esquilón de voz blanca y engolada en una espadaña, fue su campanilla hasta que el sacerdote nacido en este arrabal y en él sepultado, Don Julián Mateos, edificó con dinero de su patrimonio el primer cuerpo rectangular de la torre, juntamente con el crucero y actual capilla del Altar Mayor, en 1906. El segundo cuerpo de esta torre, lo edificó el venerado párroco Don Ambrosio Tejado, en 1946. Este benemérito sacerdote de precIara recordación, a quien Dios tenga en los cielos, cargado de años y de servicios y de méritos, ornamentó la primitiva ermita desde el año 1927 al 1940, con una preciosa fachada románica y con una capilla para la Virgen del Rosario, de tracería herreriana con camarín de módulo hispano-arábigo y con un monumento a los caídos en la Cruzada de Liberación y otras pequeñas obras de mejor adaptación a las necesidades parroquiales. Pero no pudo dilatar los muros. El área de la ermita es pequeño espacio, muy pequeño, para tan numerosa feligresía y la pobreza arquitectónica de la primitiva fábrica no es marco de las elegantes obras realizadas. Huertas de Animas necesita un templo capaz para su pujante vida parroquial. Y este a pesar de tener un valioso suplemento en la capilla del colegio que, en 4 de febrero de 1901, fundó en este pueblo la piadosa señora Doña Isabel Mateos y Mateos, para educación cristiana de la juventud y que hoy está a cargo de las Religiosas Hijas de los Dolores de María Inmaculada, que en él se instalaron desde el 21 de mayo de 1951.

Servicios de luz, agua y teléfono, urbanización de calles con alcantarillado, grupos escolares, servicios sanitarios con médicos y farmacéuticos propios, en una palabra, Huertas de Animas es el arrabal mimado de Trujillo, y aunque alguna vez quiso independizarse, como en días de revueltas de mediados del ochocientos, vino a razón y sigue en su menor edad, bajo la curaduría de la madre que le trajo al mundo, con la que hoy se da la mano mediante una gran vía asfaltada y acotada de arboleda y cuyas obras comenzaron en 1954 y tocan a su fin en detalles y ornamentación en estos días.